1. ¿La existencia de Jesús está comprobada científicamente?

Seguro que has oído hablar de Aristóteles, Shakespeare, Mahoma… La historia nos dice que existieron, ¿verdad?

Pero puede ser que, al hablar de Jesucristo con alguien que no cree o duda, te haya preguntado: ¿cómo estás tan seguro de la existencia histórica de Jesús?

Yendo más lejos, quizás alguien muy “inteligente” te habrá dicho que la existencia de Jesús no está probada científicamente.

¿Qué opinas?

Antes de responder a esto, necesitamos saber la diferencia entre una prueba científica y una prueba histórica. La diferencia es enorme.

1.

La prueba científica

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Una prueba científica es la demostración de algo físico, algo químico, bioquímico… Es necesario realizar un experimento, que habrá que ser repetido varias veces en presencia de testigos, en un entorno controlado. El científico parte de una hipótesis inicial (aquello que él cree que podrá demostrar con el experimento) y realiza las observaciones, documenta los datos y verifica los resultados. Según sea el caso, obtendrá la veracidad o falsedad de su hipótesis inicial. Para que sea válida la demostración de su hipótesis, tendrá que obtener los mismos resultados en varias pruebas hechas en diferentes condiciones, a diferentes alturas sobre el nivel del mar (según el tipo de prueba), siempre con testigos para verificar que no haya fraude.

Un buen ejemplo de prueba científica fue la que realizó el científico francés Louis Pasteur en el siglo XIX. En aquel tiempo, la comunidad científica creía en lo que era llamado “la generación espontánea”. Dicho rápido: se creía que las larvas y gusanos que aparecen en un trozo de carne en descomposición u otras substancias orgánicas, se interpretaba que aquellas formas de vida eran “creadas de forma espontánea” a partir de las propias substancias en descomposición. Esa era la creencia. Y era tenido por ciencia. La prueba científica era fácil de hacer (aunque poco rigurosa): se dejaba un pedazo de carne fuera de la nevera y, unos días después, al verificar lo que pasaba, estaban allí los gusanos, siempre. Se podía hacer la prueba con carne de vaca, con pollo, con pescado, en diferentes lugares, etc. y el resultado era el mismo.

A algunos científicos de la época no les acababa de cuadrar esa idea de la “generación espontánea” y, por diversas razones, Pasteur destacó entre ellos. Él fue un poco más lejos. Él creía en la existencia de Dios y no le parecía muy clara la generación espontánea.

Su hipótesis: No es la generación espontánea la que produce las larvas sino microorganismos invisibles a simple vista que, a través del aire, llegan a las carnes.

Para demostrarlo, colocó caldos hervidos en dos tipos muy similares de recipientes pero en unos colocó un filtro que evitaba el paso de partículas de polvo y dificultaba el paso del aire; en los otros, no colocó el filtro. Al cabo de un tiempo, observó que -como era de esperar- aparecían substancias en los recipientes sin filtro pero, la novedad: no surgía nada en los caldos de los recipientes con filtro, demostrando así que los organismos vivos provenían del exterior. De esta manera Louis Pasteur mostró que los microorganismos no se formaban espontáneamente en el interior del caldo, refutando la hipótesis de la generación espontánea y demostrando que todo ser vivo procede de otro ser vivo anterior:

Ley de la biogénesis:

“Solo la vida crea vida.”

Louis Pasteur anunció esos resultados en un acto solemne en la Universidad de la Sorbona de París en 1864 y obtuvo un gran éxito.

Después, esto pasó a ser una ley muy importante que, por sí sola, ya refutó la teoría de la evolución, 6 años después de aparecer el famoso libro de Darwin “El origen de las especies”. Darwin no sabía, todavía, que la generación espontánea no era viable. Pero eso es otro asunto, aunque interesante, del que hoy no vamos a hablar.

2.

La prueba histórica

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La evidencia histórica es muy diferente. Se basa en demostrar que algo es un hecho sin dejar sombra de duda pero no a través de experimentos en un laboratorio, sino por el peso de las evidencias a través de testimonios orales, testimonios escritos y la exhibición de objetos que sirvan de comprobación.

Si el método científico fuera la única forma de probar hechos, tú no podrías probar, por ejemplo, que cenaste ayer. No hay forma de repetir este evento, en un entorno controlado. No podemos volver a ayer para que puedas cenar de nuevo. Es absurdo.

Pero a través del método histórico es simple. Supongamos que fuiste a cenar en un restaurante. El investigador que busca las pruebas puede ir al restaurante, preguntar a los camareros, buscar como testigos a otras personas que estuvieron en aquel momento en el mismo restaurante; se puede presentar el ticket de compra; si el pago se realizó con tarjeta de débito se puede acceder a un estracto del banco, etcétera.

El método histórico es el mismo que aplica un juez en un caso judicial para determinar la culpabilidad o la inocencia de una persona acusada. No es un método científico. Es un método histórico.

Entonces es evidente que para probar la veracidad histórica de Jesús no podemos usar el método científico. Necesitamos obtener suficientes testimonios de la época, escritos por diversas personas y además, de origen diverso, tanto de testimonios de personas que le apoyaron como de personas que no creyeron en él. Tanto unos como otros, acaban confirmando Su existencia histórica. También sería útil tener objetos antiguos y restos arqueológicos que confirmen los hechos.

3.

Hallazgos arqueológicos

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La existencia de Jesús no fue puesta en duda en ningún momento durante casi 18 siglos. No tenía sentido. Estaba clara e históricamente demostrada. Solo faltaba darse cuenta de algo obvio: los años del calendario del mundo occidental se cuentan a partir del nacimiento de Jesucristo. Dejando de lado el hecho de que hubo un pequeño error de 3 años en el cómputo, lo categórico e indicutible es que Jesucristo marcó un antes y un después en la historia mundial. Pretender que no existió es algo fuera de toda razón.

Citando a la Real Academia Española:

Los años se cuentan antes y después de Jesucristo
«Los distintos calendarios toman como referencia para el inicio del cómputo cronológico un hecho relevante en la historia de la comunidad que los utiliza. Ese hecho marca el comienzo del periodo de tiempo, denominado era en el que se inscribe el cómputo. En el calendario gregoriano, ese hecho relevante es el nacimiento de Jesucristo, de ahí que nuestra era se denomine tradicionalmente era cristiana, aunque también recibe el nombre de era común por su empleo generalizado en el mundo occidental”.
Ortografía de la Lengua Española
5.3.1. La expresión de los siglos
Ver artículo en el RAE

Pero durante los últimos dos siglos, debido al avance del materialismo, fueron surgiendo algunos historiadores –a los que se les ha llamado “críticos”– que empezaron a atacar la confiabilidad de los documentos bíblicos alegando una supuesta falta de fundamentos históricos o contradicción con los descubrimientos e investigaciones arqueológicas.

A lo largo de la historia siempre ha pasado lo mismo. Cuando alguien ha querido desmentir o ridiculizar las Sagradas Escrituras debido a que las afirmaciones contenidas en ellas son difíciles de entender (a menudo, porque se anticipan a la propia ciencia humana), con el paso del tiempo y el aumento del conocimiento (verdadero) se acaba llegando a la misma conclusión:

“La Biblia tenía razón”

Lo cierto es que esos descubrimientos arqueológicos –incluidos los del siglo XX– confirmaron aún más la exactitud de los manuscritos del Nuevo Testamento.

No entraremos en este detalle (importante, también) para no extendernos demasiado.

4.

Un buen ejemplo: la ciudad de Nazaret

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Pero permítenos un apunte rápido sobre la ciudad de Nazaret. El origen de Nazaret motivó cierta controversia, porque no fue mencionada por historiadores ni geógrafos del siglo primero. Esto llevó a algunos “críticos” a insistir en su tesis de que los Evangelios no son históricos y son solo un mito. De hecho, Nazaret tampoco se menciona en antiguas fuentes judías antes del siglo III d.C. Pero en 2009 una arqueóloga israelí excavó restos arqueológicos en el lugar, que datan del período romano temprano que es la época de Jesús. El descubrimiento fue relevante, ya que confirmó por primera vez la existencia en el siglo I de un pueblo judío llamado Nazaret. Diversos estudios fueron confirmando que realmente ya existía la población de Nazaret a principios del siglo I, y se trataba de una aldea pequeña (se estima de entre 400 a 500 personas), hecho que explica el que no fuera mencionada en la época, por ser insignificante. Esto es interesante para nosotros los creyentes pues vemos que, así como Betlem fue una pequeña ciudad, Nazaret lo fue todavía más, un lugar sin ninguna categoría; allí fue donde se crió el Señor Jesús, confirmando la genialidad humilde del plano de Dios.

5.

Los textos del Nuevo Testamento son documentos históricos de enorme peso y totalmente fiables

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Muchísimo más importante que objetos y hallazgos arqueológicos son los manuscritos del Nuevo Testamento, pruebas definitivas de la existencia de Jesús de Nazaret.

Estos documentos –de los que existen conservados numerosos ejemplares, como veremos más adelante– pueden ser considerados fiables. Los libros del Nuevo Testamento proporcionan las fuentes directas de información sobre Jesús de Nazaret.

Existen, conservados en museos y centros especializados de estudio, una cantidad enorme de papiros antiguos de los textos del Nuevo Testamento.

Existen conservados y catalogados muchos documentos en papiro, como los de John Rylands fechados en el año 130 después de Cristo, Chester Beatty (155 d.C.)  y los papiros de Bodmer que se remontan al 200 de la era cristiana, entre muchos otros.

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Todos son documentos serios y confiables, que hacen de puente entre los primitivos textos escritos por los apóstoles y los manuscritos posteriores que fueron copiados con el pasar de los años.

El estudio de esos manuscritos proporciona información suficiente para afirmar que no existe una base sólida para fechar la escritura de cualquiera de los 27 libros del Nuevo Testamento en un momento posterior al año 100 d.C. Es decir: todos los originales del Nuevo Testamento fueron escritos durante el siglo I, muy poco después de los hechos narrados en él.

La crítica que busca resaltar el intervalo de tiempo entre los hechos narrados sobre Jesús y su posterior documentación por los escritores del Nuevo Testamento se vuelve todavía más insignificante cuando se constata que la mayoría de los libros sagrados y las epístolas fueron escritos entre 2 y 4 décadas (entre 20 y 40 años) después del ministerio terrenal de Jesús.

Cabe señalar que la cultura judía (a la que pertenecían los apóstoles y evangelistas) era altamente rigurosa en la transmisión de las enseñanzas de sus maestros a las generaciones posteriores y que las lecciones de los sabios eran memorizadas por sus discípulos para no perder su fidelidad.

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6.

Propaganda mediática en contra de la veracidad de las Sagradas Escrituras

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Afirmaciones dramáticas y fantasiosas como las de la película de Dan Brown, “El código da Vinci”, terminan siendo consideradas como tesis para quienes se olvidan de que el libro pertenece al género de ficción. No sirve en absoluto de base para un estudio serio de la cuestión.

El libro ha vendido 81 millones de ejemplares en todo el mundo y es uno de los diez más vendidos de la historia, y la película ha sido vista por más de 5 millones de espectadores en todo el mundo. Este tipo de material está claramente destinado a desprestigiar la veracidad de las Sagradas Escrituras y, lo peor, a profanar la santidad y perfección del Señor Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, para disminuirlo al nivel de un simple hombre.

Un ejemplo de las invenciones tendenciosas de esta película de ficción es la siguiente declaración: “Más de 80 evangelios fueron considerados para ser parte del Nuevo Testamento pero fueron elegidos relativamente pocos para ser incluidos, entre ellos Mateo, Marcos, Lucas y Juan.”

Estas afirmaciones son pura invención. Son críticas basadas en la mera desconfianza sin ningún respaldo y con cero evidencias. No pasan de meras acusaciones si las comparamos con la seriedad que debe guiar toda investigación histórica.

Este tipo de afirmaciones de esta película son típicas del género literario en el que el autor es libre de inventar lo que quiera pues no pueden ser considerados como realidad porque contradicen la evidencia, dinamitando la eficacia del método histórico. Esas ideas simplemente se desmoronan bajo el peso y la seriedad del análisis histórico.

El gran problema de estos supuestos evangelios perdidos (llamados también apócrifos, que significa falsos, no auténticos), además de que su contenido no tiene la misma unidad espiritual de los textos de los 27 libros del Nuevo Testamento, es su datación tardía ya que los menos malos entre ellos son, con seguridad, posteriores al siglo II de la era cristiana (más de 150 años de la vida de Jesús y de los hechos de los apóstoles), además de ser generalmente específicos de una comunidad local disidente y no eran adoptados por la mayoría de las iglesias cristianas.

Por lo tanto estos textos apócrifos no proporcionan una tradición confiable de que fueron conocidos y leídos por la iglesia primitiva. Los que sí podemos afirmar con total seguridad que eran leídos en la iglesia primitiva, ya en el siglo I, son los 27 que nosotros conocemos hoy en día, lo que llamamos Nuevo Testamento.

7.

La prueba bibliográfica, dentro del método histórico

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La prueba bibliográfica examina la transmisión textual por la cual nos llega un documento antiguo. Los soportes de los manuscritos originales, por ejemplo el papiro, se degradaban en poco tiempo. Entonces, para preservar cualquier documento de la antigüedad (recordemos que la imprenta tardó cerca de 1.500 años en aparecer), era necesario hacer, a mano, copias y más copias, constantemente. Por eso habían los copistas –llamados escribas– que iban escribiendo, copiando, y pasaban la vida entera para que los escritos no se perdieran. Por ejemplo los escribas judíos del pueblo de Israel antiguo, cuya función durante toda su vida era un trabajo de extrema importancia porque se trataba de preservar un documento revelado. Entonces no podía haber vacilación, no podía haber faltas ni errores porque era considerado como un pecado (se dice que cometer más de siete errores –de letra, no de palabra– al copiar 100.000 letras era considerado un pecado). Los escribas habían de tener una vida bastante reglada, dormir las horas necesarias para estar bien despiertos; cuando venía cansancio no podían hacer ese trabajo porque era de mucha responsabilidad ya que se trataba de mantener, de preservar algo revelado por Dios que no podía ser modificado bajo ningún concepto.

Por ese motivo la riqueza de los manuscritos de los textos bíblicos no tiene paralelo. Esa tradición pasó a los escritores del Nuevo Testamento pues heredaron esta escrupulosidad de los copistas del Antiguo Testamento precisamente por el mismo motivo: porque eran textos revelados por Dios y, por lo tanto, no se admitía ningún cambio y cualquier cambio era detectado por la comunidad que se convertían en censores, se convertían en fiscales para que el texto fuera fidedigno.

Las comunidades cristianas del primer siglo, guiadas por el Espíritu Santo, se convirtieron en censores de la calidad de las copias de los manuscritos para preservar la pureza de los textos apostólicos originales.

8.

Comparemos los textos del Nuevo Testamento con obras literarias o de filosofía

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Pensemos en los escritos de Aristóteles. Podríamos hablar de otros escritores pero Aristóteles es significativo pues es un personaje muy valorado e influyente en la cultura occidental. Una de las obras más destacadas del famoso filósofo griego es su obra llamada “Poética”, escrita alrededor del año 343 a.C. Como ocurre con los manuscritos antiguos, no tenemos los propios documentos que el autor escribió de puño y letra, sino que tenemos las copias de las copias. ¿Cuán antiguas son estas copias? Las copias más antiguas que tenemos de esos escritos de 343 a.C son fechadas en el 1100 d.C. lo que establece un intervalo de casi 1400 años entre que Aristóteles escribió y el más antiguo manuscrito conservado.

Además de esto es muy importante también en la autenticación bibliográfica de cualquier obra antigua considerar la cantidad de copias que se han conservado. ¿Cuántas tenemos de la “Poética” de Aristóteles? Conservadas a día de hoy están disponibles 49 copias.

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Ahora, si comparamos estos números con los de los manuscritos del Nuevo Testamento, la abundancia de material es simplemente gigantesca, más que notable, diríamos que es espectacular, que no se puede comparar a ninguna otra obra de la antigüedad.

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Estamos hablando de más de 24.000 manuscritos conservados del Nuevo Testamento.

Repetimos: no son los originales escritos por los apóstoles pues se deterioraron con el paso del tiempo pero son copias idénticas y fidedignas. ¿Qué intervalo hay entre los hechos narrados y los manuscritos más antiguos conservados? No hay una distancia mayor de 70 años y en el caso de algunos (por ejemplo el Evangelio escrito por Juan) estamos hablando de unos 30 años. Es decir: 30 años después que Juan escribió, alguien muy cercano a él hizo una copia que se ha conservado hasta hoy.

Recapitulando. Del libro llamado “Poética” de Aristóteles tenemos 49 copias; el periodo de tiempo que va desde que fue escrito hasta la copia más antigua es de 1400 años.

Del Nuevo Testamento tenemos más de 24.000 y no pasaron más de 70 años desde la vida de Jesús y los documentos escritos conservados; algunos de ellos son de solamente 30 años.

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Es muy interesante darnos cuenta de que no se cuestione la veracidad histórica de los textos de Aristóteles y haya tantas voces que intentan cuestionar la veracidad histórica de Jesús de Nazaret. Intentan, solo, porque no hay base histórica documental seria para cuestionarlos. Los cuestionan –como hicieron los críticos o los míticos a partir del final del siglo XVIII– queriendo discutir pero sin base, simplemente porque no les gusta, porque no les apetece, no les gusta la idea de Dios. Entonces ellos cuestionan como una forma de rebeldía pero no son críticas serias.

No es la finalidad de este escrito pero es un tema profundo para reflexionar el porqué de eso. ¿Por qué ese odio? ¿Por qué? Lo veremos en otra ocasión.

y 9.

La existencia de Jesús de Nazaret es históricamente incuestionable

Está claro que no hay evidencia a favor de quienes niegan la historicidad de Jesús. Negar su veracidad histórica es puro prejuicio, es ignorancia. ¿Por qué? Pues porque la vida, obras y palabras de ningún otro hombre de la antigüedad puede ser tan verificada como la de Jesús de nazaret varios historiadores honestos aunque ateos no han tenido el valor de negar la historicidad de jesús porque es incuestionable. Si no se pudiera demostrar históricamente que Jesús existió entonces ningún otro hombre de la antigüedad podría considerarse histórico.

Todavía hay más evidencias de la historicidad de Jesús? Por supuesto. Continuaremos en un siguiente artículo.

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